miércoles, 21 de octubre de 2015

La cicatriz de la rodilla


Siempre he sido necia. Llevo una cicatriz en mi rodilla derecha, a causa de una caída que sufrí a los 5 años. Es algo que veo a diario cuando tomo una ducha, cuando me visto, cuando uso vestido y cruzo las piernas. Ese recordatorio de mi necedad está ahí. Pese a que mi abuelo insistió que no montara en la bicicleta por las piedrecillas que los vecinos de la construcción contigua habían dejado, formando una pequeña y gris montaña, lo hice. Se me ocurrió que mi bicicleta podía pasar perfectamente, casi emulando una de las acrobacias de algún ciclista de BMX.

Craso error.

Me di contra el suelo, luego que mi bicicleta saliera volando por su lado, como quien se despide ante la intempestiva caída, en la que ella -obviamente- no tenía mucho que perder. En cambio yo, fui prácticamente derrapando sobre aquella pila de piedras. Las muy desgraciadas fueron a incrustarse en mi rodilla. Lloré, grité y todo lo pertinente ante ese tipo de situación, al punto de ni siquiera sentir las nalgadas que me dio mi abuelo por "no hacer caso"

Sobra decir que conmigo el castigo nunca ha sido efectivo. Ni verbal ni físico. Lamentablemente, la caída de la bicicleta es una de las muchas heridas que me he prácticamente autoinflingido, y que visibles o no, en su momento han causado muchísimo dolor.

Podría hacer una analogía con las cicatrices y experiencias pasadas, pero vamos, ya estamos demasiado vividos y leídos como para caer en clichés; aunque es inevitable imaginar qué decisiones han calado más en el alma y de qué manera me han conducido a este presente.

Lo realmente importante y el fin de este texto es que a pesar de las caídas y cicatrices, I regret nothing, las cicatrices suelen ser una especie de bonitas decoraciones, después de todo(s).




Lali.

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