«La clave de toda poética consiste en aprehender la realidad»
Todos los eventos que he vivido en la vida –como a todas las
personas- me traen enseñanzas. No las clasifico como positivas o negativas,
simplemente aprendo. Bueno, en realidad aprehendo.
Desde saber que el arma más poderosa con la que cuento es la
desconfianza, hasta que la ropa que usas dice muchas cosas, que tu boca no. Considero mi vida como un largo e
ininterrumpido proceso de apre(he)ndizaje.
Así, utilizo la similitud fonética de ambas palabras para
resaltar que, prácticamente para mí es lo mismo: aprender que agarrar. Me
agarro de esas experiencias, para corregir, para admitir equivocaciones, para
cambiar. Pero ellas, asimiladas en ambas formas, sirven para darme cuenta qué
me funciona y qué no. Hablo de “funcionamiento” porque las relaciones
interpersonales –para mí– son procesos: cortos, largos, de un día, de años, de
una vida. – “María Laura, no debes, no puedes, no deberías querer.”
Y es que por mi vida han pasado todo tipo de personas, en
todos los planes posibles: amigos/as, padres, madres, hijos, enamorados,
novios, esposo, conocidos y desde luego, también ese tipo de personas de las
que solo sabes el nombre, pero por referencias, sabes claramente que no
quisieras ser como ellas y todas éstas, dejando su grano de arena, para
convertirme en esto que soy ahora.
Mis escritos son muy autobiográficos, y desde ahí, estimado
lector, podrás entender el nivel de mi ego y por qué no, de mi determinación.
Las cosas conmigo siempre son blancas o negras, y eso generalmente me trae
muchos problemas. Me cabrean los grises, porque en ellos está la duda del
color, siempre puede tener muchas tonalidades y eso, el no poder controlarlo
todo, me molesta.
Soy una persona de transparencia y sinceridad que ha llegado
a un punto de la vida, donde la segunda sale sin más, al punto de que hay veces,
que sin darme cuenta, escapa sola, hiriendo “a son de verdad” a todo ser que
cruza en el camino. Y sí, es lo más patético que podrán leer sobre mí, porque
en este momento me estoy auto aplicando la honestidad.
Desprecio la cebolla y la superficialidad, si no tuviera
hijos, me visualizo escribiendo libros y en mis tiempos libres haciendo
malabares en un semáforo; soy desprendida, de las cosas, de las personas y el “ojo
por ojo” casi casi que es un estilo de vida. La justicia divina para mí, no
existe.
Aprendo de los que amo, aprendo de los que odio, de aquellos
seres con los que nunca quisiera tener similitud alguna, más que el respirar y
ciertas funciones biológicas. Apre(he)ndo de las personas que he dejado ir,
queriendo y sin querer; aprendo de los daños, aprehendo de los años.
Aprendí que del mal que adolecen unos, generalmente adolecen
todos, que la miseria es colectiva, y que hay que poner ese esfuerzo extra para
estar en medio de ella y salir bien librada. Aprendí que un reloj te etiqueta,
que tu trabajo te libera y que una sonrisa te llena; que una canción te transporta;
que el mundo gira en torno al dinero.
Pero yo, ilusa chica pobre, giro en torno
a lo que me hace feliz. A lo que me permite mantenerme libre: a las emociones,
a los afectos, a los momentos, a la posteridad. A esas cosas que para muchos no
tienen valor, pero que para mí, lo constituyen todo.
Me quedo atesorando los tiempos pasados; con esa sensación
que te deja el saludo y la despedida. Con el feeling de pérdida y con la
esperanza de un “tal vez” que nunca llegue. Me quedo con mis recuerdos, apre(he)ndo
de ellos.
Lali.
PD: No hay laguna mental, hay una herida abierta, pasada, presente y futura. Que siendo sinceros, espero no cierre jamás.
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