Lo que leerás a continuación es ficción… ¿o no?
Todo empezó en aquel café, aunque para él haya comenzado
desde antes, en esas largas noches de conversaciones triviales y sin fin
alguno. En las que una noche, después de llegar del matrimonio de aquella amiga
de toda la vida, torpemente, de la manera más inocente y cómica, le contaste
que le habías bailado al espejo.
Tu taco queda atrapado en las divisiones de los adoquines,
en tu intento por bajarte del taxi. “Esto no está yendo muy bien” –te dices-
“Espero no se haya ido”, repites mientras acomodas el maquillaje que al apuro
guardaste en tu estropeado bolso. Caminas con premura, mirando hacia todos lados. Hace mucho
tiempo no regresabas a esa ciudad de gente y recuerdos agridulces. Eso te
alegra. Pese a que los motivos por lo que estabas ahí eran muy diferentes a la
cita de aquella tarde, te gustaba mucho que coincidieran en aquel café.
Tratas de buscarlo entre las mesas, entre esas personas
refugiadas en sus cafés y conversaciones after office, entre meseros y gente
sonriendo. Es miércoles e inicio del mundial de fútbol, obviamente todo el
mundo parece ‘alegre’. Finalmente lo ves, esperando de espaldas, con el cabello
alborotado, su chaqueta de denim y su sonrisa bien puesta. “¡Hola!, ¿cómo
estás?, no sabía si eras tú.” Dijo amablemente mientras tú te disculpabas una y
otra vez por tu torpeza, el retraso de casi 40 minutos gracias al tráfico y tu
falta de cálculo de los imprevistos.
“Siento mucho haber llegado tarde, la verdad no imaginaba
que la 9 de Octubre estuviera hecha un caos” Obviamente iba a disculparte
porque a simple vista se notaba que era un caballero. “No te preocupes”
–contestó- “Lo importante es que ya estás aquí”.
Sonreíste y empezaron la conversación hablando de ti, de tus
gustos y un montón de cosas que para ser honesta, ni recuerdas. Luego te habló
de los suyos, te fijaste en sus manos y en lo nervioso que estaba. Sonreíste
otra vez y siguieron conversando. Te encontraste de repente perdida entre sus
palabras y sus ojos. -¡Diablos, habías notado lo bonitos que son!- .
Te conversó de su trabajo y de su carrera, de lo que hacía
en ese momento y pensaste, a los 20 minutos de hablar con él, que era el hombre
más inteligente que jamás habías conocido. Sonreíste. Se hacía frecuente hacerlo
en su presencia.
Eran las 8pm y los mensajes masivos de tus amigos a tu
celular interrumpen la tertulia: “Vendrás o no, maldita sea?!!”, “No me
cuentees”, “Si no vienes, al menos avisa”, “No me vuelvas a decir que salgamos
cuando vengas”. Te pones nerviosa y le explicas que debes irte. Ni bien
terminas de decir la palabra “irme”, piensas en lo bien que estás pasando y
pones en una balanza: ese momento o beber como imbécil con tus amigos de
ocasión en un antro con comida deliciosa.
Te quedas. Apagas el teléfono. Le das la prioridad a la
mejor conversación que has tenido en tu vida y sigues sumergiendo tu mente en
el mundo de sus palabras y sus libros.
Dan las 10 y ahora sí debes irte. Piensas en lo terrible que
sería el no volver a verlo y de una manera sutil, le sueltas el: “Bueno, ¿cuándo
volvemos por un café?”. La respuesta te deja feliz, pues sin haber un vestigio
de atracción –según tú, en ese momento-, amarías volver a conversar con esa
persona, el tipo de gente que jamás habías encontrado en tu vida.
“Mañana, a la misma hora, si tú deseas”. Eso bastó para que
llegaras esa noche a aquel cuarto de 10mx10m y te quedaras dormida pensando en
él.
Amanece, te escribe. Siempre respetuoso, siempre en buen
plan. Llega la hora de verlo y has exagerado, en escoger tu ropa, en
maquillarte, en esperanzarte. Meditas un rato, antes de salir, y te pones a
pensar en qué hacer en ese momento. O cancelas la cita por miedo a que te
guste algo que seguramente no tendrás, o te la juegas y vas. Que sea lo que la
vida quiera.
Decides que has dejado de vivir mucho tiempo, por el miedo.
Y la vida quiso. Lo ves, salen un par de veces más y aquel lunes, lo miras
pensativo. Más callado que de costumbre.
Te dice que estás hermosa y le crees. Te esmeraste, debías
estarlo, debías gustarle. Te rompería tu corazón pegado con brujita, si no eras
de su agrado, al menos físicamente.
Luego, sin advertirlo, sientes su mano tomar fuertemente tu
nuca, y así, sin más, plantarte un beso.
Te quedas helada y sonríes. Vences a las mariposas en tu panza y alcanzas a preguntarle: “¿Por qué
tardaste tanto en hacerlo?”. Sonríe pegado en tus labios, responde “No sé”, sin
dejar de hacerlo. Y bueno…
Mantienen la compostura para después perderla de nuevo.
Sonríes. Ya te habías acostumbrado a que así sea. Sonríen juntos. Eso te gusta
aún más.
Te toma de la mano, y –hasta hoy- no la suelta.
No crees en el “Happily ever after”, pero te hace feliz el
hecho de que esta historia, aún se siga escribiendo.
Lali.
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