jueves, 29 de enero de 2015

El despertar (Relato)


No empezaré con citas de escritores famosos ni con una laguna mental, comenzaré partiré desde la confusión que te provocan ese tipo de sucesos.

Es temprano en la mañana y siento que la respiración me falta cada vez un poco más; abro los ojos en medio de la tiniebla que es este lugar delimitado por cuatro paredes. Soy solo yo, dejo de imaginar; es como simplemente estar en el limbo, en un espacio libre de recuerdos y sentimientos. En ese instante, al abrir los ojos, soy realmente yo sin remordimientos ni pensamientos. Es la persona que simplemente existe, sin porqué ni para qué.

Soy aquel ser que está despertando del letargo suavemente, libre del shock de recordar toda la miseria que llevaba sobre sus hombros al cerrar los ojos; creyendo en vano, que la memoria no volverá, intenta disfrutar de ese espacio de tiempo, dure mucho o dure poco.

Luego, como una explosión regresa toda la información, vuelve de golpe todo lo que era tan cómodo no saber: cómo te llamas, dónde estás, acabas de despertar, estás sola... lo único que aún no alcanzas a recordar es quién eres... tal vez porque ni siquiera en la noche anterior a este despertar, lo tenías claro.
Muevo la cabeza con recelo, me siento en la cama, me incorporo... supongo que de una forma u otra es necesario moverte. Trato de buscar a ciegas mis zapatillas bajo la cama, sin ser para mí una opción el encender la luz. Me gusta la comodidad de pensar que soy parte de aquella oscuridad, que levito en el ambiente, que somos una sola; pero el deber llama y la responsabilidad de haber pasado los 18, pesa.

La ducha tiene un sonido diferente, es hasta gracioso como las tinieblas te permiten escuchar las cosas de manera distinta; el agua cayendo y el sonido de todos tus pensamientos empiezan a enrarecer el ambiente. Es mejor salir del baño. Imaginas que aún estás bien con el tiempo y luego de vestirte con esa ropa que te hace sentir una persona distinta a ese 'algo' que despertó en la cama hace una hora, te diriges a realizar lo que estabas postergando... encender la luz.

Lo hago, me deslumbro, cierro mis ojos de nuevo y a tientas me paro frente al espejo -es necesario ver si tu aspecto antes de salir de casa no ofende a los demás- y justo en ese instante, en el que intentas acomodar tus ojos a la visión después de tanta oscuridad, aparece una figura junto a mi reflejo, a la cual, por estar en ese proceso de volver a ver, no puedes distinguir bien.

No recuerdas haber estado con alguien la noche anterior, ni siquiera recuerdas hace cuanto estuviste con alguien. Solo ves 'algo' y te preguntas si ese 'algo' existe en realidad o lo estás imaginando; te atreves a pensar incluso que aún no has despertado. Pero oh amigos, ese 'algo' existe.
Ese 'algo' en el espejo es el reflejo de lo que más me asusta; mis miedos han tomado forma antropomorfa, han tomado SU propia forma. Me mira con esos ojos marrones y la expresión de indiferencia que tanto detesto, que me aterra, y a su a la vez me congela. No alcanzo a emitir palabra, simplemente lo miro a través del espejo; aunque ya a este punto no sé si lo miro yo o si es él quien me está mirando.

Recuerdas de repente que debes salir, que debes cumplir con esas cosas que por ser adulta el mundo se empeña en convencerte de realizar, que la responsabilidad no espera ni acepta excusas; que tienes tantas tareas pendientes para hoy, que ni siquiera sabes como ha de alcanzarte el tiempo.

Vuelvo mi mirada al espejo y ya no está, el reflejo junto a mi se ha ido, tal cual pasó en realidad. Él fue parte de esta oscuridad mañanera, no puede ser de otra forma; el bienestar que sentí al abrir los ojos solo podía compararse con el que sentía a su lado. Estoy convencida de que amaneció conmigo, con aquella que no era niña, ni mujer... con mi esencia, con la que su edad mental no guardaba relación la cronológica ni emocional.

Paso el cepillo por mi cabello y vuelvo a buscarlo, como un acto desesperado por verlo de nuevo, sin éxito. Otra vez se ha marchado, es bastante inútil buscarlo. Me siento en la cama mientras contengo las ganas de gritar y pienso en lo irónico pero eficaz de haber aprendido con él que la tristeza se lleva en el alma; que a los demás no les importa ni les agrada verte de esa manera, que generalmente es esa indiferencia la que te hace fuerte.

Me dispongo a salir de ese lugar donde él habita, de dónde no se irá. Se me hace tarde para llegar a ese lugar al que voy todas las mañanas y del cual salgo agotada. Pensando en que no fue algo común, que no es algo a lo que una esté acostumbrada, de esas cosas que no sabes porque te ocurren, que ni siquiera alcanzas a entender si es que en realidad están aconteciendo, tan irreales y mágicas; que pese a no haber vivido nada parecido a tus veinti y tantos, ahora, una vez que te ha ocurrido, simplemente no quieres que te dejen de pasar.


Volveré hoy a ese lugar, como cada noche; apagaré la luz, cerraré los ojos, lo sentiré llegar.

jueves, 15 de enero de 2015

Apre(he)nder



«La clave de toda poética consiste en aprehender la realidad»


Todos los eventos que he vivido en la vida –como a todas las personas- me traen enseñanzas. No las clasifico como positivas o negativas, simplemente aprendo. Bueno, en realidad aprehendo.

Desde saber que el arma más poderosa con la que cuento es la desconfianza, hasta que la ropa que usas dice muchas cosas, que tu boca no. Considero mi vida como un largo e ininterrumpido proceso de apre(he)ndizaje.

Así, utilizo la similitud fonética de ambas palabras para resaltar que, prácticamente para mí es lo mismo: aprender que agarrar. Me agarro de esas experiencias, para corregir, para admitir equivocaciones, para cambiar. Pero ellas, asimiladas en ambas formas, sirven para darme cuenta qué me funciona y qué no. Hablo de “funcionamiento” porque las relaciones interpersonales –para mí– son procesos: cortos, largos, de un día, de años, de una vida. – “María Laura, no debes, no puedes, no deberías querer.”

Y es que por mi vida han pasado todo tipo de personas, en todos los planes posibles: amigos/as, padres, madres, hijos, enamorados, novios, esposo, conocidos y desde luego, también ese tipo de personas de las que solo sabes el nombre, pero por referencias, sabes claramente que no quisieras ser como ellas y todas éstas, dejando su grano de arena, para convertirme en esto que soy ahora.

Mis escritos son muy autobiográficos, y desde ahí, estimado lector, podrás entender el nivel de mi ego y por qué no, de mi determinación. Las cosas conmigo siempre son blancas o negras, y eso generalmente me trae muchos problemas. Me cabrean los grises, porque en ellos está la duda del color, siempre puede tener muchas tonalidades y eso, el no poder controlarlo todo, me molesta.

Soy una persona de transparencia y sinceridad que ha llegado a un punto de la vida, donde la segunda sale sin más, al punto de que hay veces, que sin darme cuenta, escapa sola, hiriendo “a son de verdad” a todo ser que cruza en el camino. Y sí, es lo más patético que podrán leer sobre mí, porque en este momento me estoy auto aplicando la honestidad.

Desprecio la cebolla y la superficialidad, si no tuviera hijos, me visualizo escribiendo libros y en mis tiempos libres haciendo malabares en un semáforo; soy desprendida, de las cosas, de las personas y el “ojo por ojo” casi casi que es un estilo de vida. La justicia divina para mí, no existe.

Aprendo de los que amo, aprendo de los que odio, de aquellos seres con los que nunca quisiera tener similitud alguna, más que el respirar y ciertas funciones biológicas. Apre(he)ndo de las personas que he dejado ir, queriendo y sin querer; aprendo de los daños, aprehendo de los años.
Aprendí que del mal que adolecen unos, generalmente adolecen todos, que la miseria es colectiva, y que hay que poner ese esfuerzo extra para estar en medio de ella y salir bien librada. Aprendí que un reloj te etiqueta, que tu trabajo te libera y que una sonrisa te llena; que una canción te transporta; que el mundo gira en torno al dinero.

Pero yo, ilusa chica pobre, giro en torno a lo que me hace feliz. A lo que me permite mantenerme libre: a las emociones, a los afectos, a los momentos, a la posteridad. A esas cosas que para muchos no tienen valor, pero que para mí, lo constituyen todo.
Me quedo atesorando los tiempos pasados; con esa sensación que te deja el saludo y la despedida. Con el feeling de pérdida y con la esperanza de un “tal vez” que nunca llegue. Me quedo con mis recuerdos, apre(he)ndo de ellos.






Lali.

PD: No hay laguna mental, hay una herida abierta, pasada, presente y futura. Que siendo sinceros, espero no cierre jamás.