lunes, 22 de septiembre de 2014

Magia

"Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí a donde voy."
      Clarice Lispector

He decidido tocar un tema de "amplio espectro" de manera muy personal, dejando a un lado definiciones y conceptos arraigados; he decidido escribir sobre magia, sobre la magia que me agrada, la magia cotidiana, la magia que nos envuelve desde niños, la magia sana.
Recuerdo un episodio de "Los Simpsons" en el que Bart le hace comprar a Homero un set de magia, al salir a probar las habilidades mágicas del niño con el fin de lucrar, terminan recibiendo pocas monedas; el asunto termina en una discusión. Luego Bart se da cuenta de que dando lástima gana muchísimo más dinero -Tan parecido a la vida real, ¿verdad?- Al ver esto, Homero le propone una sociedad en la que se dediquen a timar a mucha gente con el recurso lastimero. La historia se desenvuelve como siempre, algo de humor negro, sentimentalismo y una lección que viene precedida de más humor.
Volviendo al asunto, todos en algún momento de nuestras vidas hemos sentido esa fascinación por la magia, el "gustito" por lo sorprendente, por lo inexplicable; aunque contradictoriamente, lo primero que hacemos es buscarle la explicación a todas esas cosas que no entendemos, que nuestro cerebro no procesa, pero que de una manera u otra suceden... ¡Y sorprenden!
Pero, al crecer (en algunos casos) esa curiosidad desvanece, se nos va el interés de descubrir "el truco detrás de", nos empieza a dar igual lo extraordinario y es precisamente eso, lo que hace que sin darnos cuenta nos volvamos personas monótonas, aburridas, rutinarias, nos falta eso, nos falta magia. Ese algo increíble, que nuestro sentido común no descifra, que no comprende, y bueno, estimado lector, magia viene siendo prácticamente todo.
Me explico: A menos de que seas una persona muy inteligente y preparada en todos los ámbitos (física, química, biología, astronomía, etc), lograrás entender y darle sentido a las cosas inesperadas que suceden a diario, desterrando cualquier posibilidad de que exista algo más allá de lo que tu mente supone; los idiotas como yo, en cambio, admitimos que hay situaciones que el cerebro humano aún no conoce, que hay acontecimientos preestablecidos para alguien, cosas que deben suceder; que pasan para cambiar algo, para mejorarlo o empeorarlo.
Le llamamos de diversas maneras, que a su vez podrían hasta implicar distintos conceptos: destino, vida, karma... para mí, es magia. El giro de los acontecimientos que pueden ir desde: hacerte perder el trabajo, hasta encontrar un nuevo amor. Magia. La lluvia que cesa cuando sales de tu casa, el carro que encendió sin inconvenientes cuando más lo necesitabas, todas esas cosas que no son probables y suceden, son mágicas. Y obviamente, tampoco es que todo sea bueno, también las cosas malas son magia: nos llevan a lugares inesperados, a situaciones inimaginadas, a mundos desconocidos... magia. Porque aunque todos los sucesos tengan explicación en fondo, en forma todos ellos simplemente son un misterio, ya que se acomodan a cada quién, a su situación, a su vida, a su rutina, a su estado de ánimo y por qué no, al nivel de importancia que les damos.
La vida está llena de magia, desde el sol que sale -o no- en la mañana, esa sensación de bienestar que te dan los cinco minutos más en tu cama, la sonrisa de un niño -te agrade o no-, la ternura de ver un perrito en la calle; la vida es eso, magia.
Aquel primer beso, aquella mirada de quien amas, ese conjunto de palabras necesarias en el momento correcto, la canción que tarareabas con gusto y que de pronto suena en algún lugar por donde pasas... ¡Magia!
Al diablo David Copperfield y sus trucos, al diablo quienes revelan lo que hay escondido en ellos, la magia es más que engañar incautos; hasta puede ser magia el hecho de que estés leyendo esto, porque entre las mil y un cosas que pudiste estar haciendo, le diste clic a mi post y bueno... ¡Magia!
Lejos de todo lo optimista que seguramente parece lo que escribo, no es más que realismo; el decidir abrir mi mente a la posibilidad de que no todo tiene explicación, de que las cosas sencillamente no tienen por qué siempre tenerlas, supongo que debe ser mejor, simplemente permitir que sucedan... "dejar que la magia ocurra" ¡Oh, qué cliché tan conveniente!
Nos negamos a la posibilidad de la existencia de este tipo de eventos y decimos que creemos en el amor... ¡Vaya contradicción! ¿Qué es el amor, sino magia? Que otro ser humano imperfecto, lleno de defectos llegue a robarse nuestra calma, causarnos taquicarda, esa sensación de vacío en el estómago, llevarse nuestra paz, hacer que lo extrañemos, a volverse en algunos casos, hasta dueño de nuestro tiempo: Magia.
El creer en algo de lo que no se tiene certeza no es malo, simplemente despeja la mente de los conceptos científicos que nos tienen acostumbrados a que la vida y todos sus procesos necesitan interpretación, y no, no siempre tiene que ser así. No es estar en contra de la ciencia, no sugiero la implementación de un estilo de vida hippie ni mucho menos, este post es para que evite pensar tanto en el "porqué" de las cosas y se enfoque en el "para qué", de una u otra forma, siempre habrá un poco de magia en ello.
Deje que suceda, no le busque justificación a lo que pasa; total, no hay nada bueno o malo que se quede eternamente, aprenda de memoria que la más grande utopía es el "para siempre" y empiece a vivir su vida "para hoy".






Lali.


PD: Ana María, Andreé y Raphaela, ustedes son magia.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Odie

"Basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera."
            Jean Paul Sartre.

Desde pequeña fui muy susceptible a lo que acontecía a mi alrededor, dado que generalmente hacía cosas poco convencionales para una niña de 10 años: veía noticieros, sabía quién era el presidente de la República y políticos influyentes de turno, leía periódicos, conocía los nombres de los bancos y la función de algunas instituciones gubernamentales; sabía de conflictos, problemas sociales, hambre, guerra, religión y muerte. 

Pero al ser una pequeña, no alcanzaba a comprender el por qué de estos sucesos, a pesar de conocer algunos más de cerca de lo que hubiera querido. 

Increpaba a los adultos con cuestionamientos que no eran "apropiados", y que generalmente eran muy mal manejados por ellos:
  - Mamá ¿por qué hay niños negritos muriendo de hambre?
  - Porque son pobres, mi amor, por eso debes comer tu comida.
  - ¿Por qué Diosito no los ayuda o les da dinero?
  - *silencio incómodo* 
Me frustraba mucho no recibir respuesta e insistía hasta que se enojaban y me enviaban a dormir.

Entender lo que pasaba funcionó prácticamente como aprender a montar una bicicleta: el proceso de la emoción (Creer inútilmente que recibiría una coherente respuesta), el reto (Atreverme a preguntar para poder apaciguar la tormenta de ideas), las caídas (Cuando gracias a mi corta edad me evadían, o daban una respuesta que no encajaba con la lógica), la insistencia (Era muy persistente), y soltarme (Llegar al punto en el que no me intimidaba preguntar sobre cualquier cosa, en el momento que sea). 

En la última etapa descubrí algo, el motor de todos los eventos que en ese momento me preocupaban: el odio. Es gracioso el lugar en el cual supe de la existencia de esa palabra, nada más ni nada menos que en la iglesia, en la misa del domingo: transcurría la homilía y el sacerdote hablaba sobre la historia de Caín y Abel; en medio de todo el horror que pudo causarme el asesinato de Abel a manos de su hermano, el clérigo mencionó la palabra "ODIO"; luego de definirla, procedió a explayarse sobre el pecado y toda esa sarta de estupideces que la religión conlleva.

Con la vaga explicación del cura, llegué a casa y empecé a unir las piezas; sólo algo que ha existido desde el principio de los tiempos podría ser capaz de enfrentar naciones, de acabar con civilizaciones enteras, poner y quitar gobernantes, etc. ¡Eureca!

He ahí el alfa y el omega de los problemas políticos, sociales, de la guerra, del hambre, de la religión (con el perdón de los creyentes). El odio, esa aversión o repugnancia violenta que provoca rechazo en todos los niveles posibles, que te hace despreciar a alguien por su color de piel, por su figura, por su peso, por su manera de hablar, de actuar, de vestir, de vivir. 

Y es que, hay que reconocer que somos creativos al momento de buscar razones para justificar el odio, bastante creativos diría yo, pero la que me divierte más es la de: "No piensa como yo". 
Supongo que las personas que utilizan este argumento ni siquiera saben cómo realmente piensan, porque pensar no es una cuestión de "cómo" pues todos realizamos casi el mismo proceso, neurológicamente hablando, para razonar; pensar es una cuestión de "qué": ¿Qué es lo que ud piensa que a mí no me agrada, que no va con mis principios, que no me satisface, que no me conviene? Esa es la principal causa de tanto odiador en estos momentos.

Y es que inicialmente tu ideología, sea del tipo que sea, no debería ser causa de odio, a menos que te dediques a destrozar gente, a matar animales o que seas una persona que promueve la segregación social. La ideología es tu norte, en lo que crees, en lo que basas tu accionar; todo ese conjunto de ideas es lo que tienes, lo que eres. Y es precisamente esta palabra la que te hace amigo o enemigo, según la conveniencia de los que te rodean.

Siempre he sido partidaria de la lucha enérgica, de defenderte, de no permitir el crecimiento del complejo de superioridad de muchos; pero lastimosamente vivimos en una época en la que hasta comprarse un teléfono nuevo es cuestión de ostentación y orgullo (así no comas por los próximos 2 años en lo que terminas de pagar sus cuotas). Esta sociedad nos ha enseñado a unirnos a quienes pueden representar un beneficio de cualquier índole a nuestros intereses y a despreciar a todo ser humano, que por muy decente que parezca, no se encuentre alineado a nuestra manera de ver las cosas. ¡Vaya problema!

Personalmente, dejo el odio para los que me lastiman, para los que dañan a mis hijos o a miembros de mi familia, a los que asesinan, a los que indolentes, a todos quienes son indiferentes a la miseria, porque, estimado lector, es mi naturaleza humana. 

Pues sí, el odio es algo que debe reservarse para las cosas o personas que realmente causan daños irreparables en nosotros, para aquello que nos ha marcado de manera negativa, para lo que no nos deja ser. Decimos odiar a los demás, a nosotros mismos, al sistema, a la religión, a la vida; pero eso, a mi parecer entra en otra definición, más bien como repudio; el odio va más allá, es algo más. 
Espero, y ojalá no sea en vano, que el odio realmente se convierta en una cuestión de decisión, más o menos como el amor, pero sin hacernos parte de esa tragicomedia en la que caemos cuando sentimos uno de los dos, y como sabrán, toda decisión indica razonamiento, duda, cuestionamientos, argumentos y juicios de valor.

Amigo, odiar no está mal, lo malo es el odio visceral, odie con coherencia, odie con inteligencia.



Lali.

martes, 9 de septiembre de 2014

Primera laguna mental

"La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido."
     Gabriel García Márquez

Me resulta muy difícil mirar hacia atrás tratando de pensar cuál es el primer recuerdo que tengo de mi niñez. Viene a mi mente la operación de mis amígdalas, mi primer caída en bicicleta, uno de mis primeros cumpleaños; pero no, quiero ir más atrás... creo poder... y sí, lo logré.
Vagamente recuerdo subir a la camioneta de un conocido junto a mis padres, en la cual iríamos hacia una mueblería. Tenía 3 años y estaba por heredarle la cuna en donde dormía a mi hermana menor, situación muy normal entre las familias de clase media/baja que tienen hijos con poca diferencia de edad.
Lo recuerdo, hasta ese momento, como uno de los pocos días felices de mi infancia, pues era la primera vez que me dejaban elegir algo, dada mi cortísima edad. El asunto es que opté por la cama más bonita, según mi infantil criterio: era blanca, pequeña y cómoda. Al llegar a casa fue tal la emoción y el cansancio, que ni bien la armaron, caí rendida. Era esa... no podía ser otra; dormir en ella fue como acurrucarme en las nubes.
Quince días después, papá se dio cuenta de que la cama estaba dañada, que tenía polillas. Luego de pasar enojado por eso toda la mañana, subió a la misma camioneta de aquel día, rumbo a la misma mueblería llevándose mi cama. Fue devastador. Estuve todo lo triste que una niña de 3 años puede estar, grité todo lo que podía, creía ingenuamente que podía hacer algo que evitara que se la llevaran pero no, se fue. Él volvió en unas horas con otra de guayacán pintada de negro, filos dorados, enorme; tan adulta, tan sobria.
La miré con escepticismo y no la sentí mía, ya no era mi cama, ya no eran mis nubes. Luego, con reticencia, accedí dormir en ella. Me costó, a esa edad, entender que yo había elegido la cama que no servía, que la compra de papá era la correcta.
Lloré, me calmé, me conformé.

Hice esta retrospectiva para entender, desde qué punto empecé el viaje, este recorrido de decisiones equivocadas, de escoger la opción errada. Supongo que de ahí parte mi "memoria selectiva".
Y no, no nos confundamos, no me refiero a esa selectividad que posee naturalmente el cerebro, el subconsciente omitiendo datos y sucesos irrelevantes, NO.
Es MÍ memoria selectiva: la que funciona por conveniencia, la que controlo, en donde omito malas decisiones y las reemplazo por lagunas mentales, que útilmente, hacen más cómodo el dormir por las noches. Esa memoria que me permite seguir deambulando en este mundo de posibilidades infinitas, en donde lo único seguro es: equivocarse y morir.
He aquí la introducción a este lugar, especie de bienvenida, una muestra de lo que encontrarán: los sucesos que decidí olvidar.


Lali.